miércoles, 2 de octubre de 2013

"A veces me ves con mirada ausente y me preguntas que en qué estoy pensando. Es sencillo pero temo asustarte. Por eso no suelo contestar o te regateo sonriéndote y cambiando de tema. Pero lo que pasa es sencillo: te quiero con premeditación y alevosía, te quiero rabiosamente, con vehemencia. Es más sencillo aún: al mirarte se me salen los sentidos por la boca. Pero nunca quiero decírtelo del todo porque el ser humano tiende a buscar otras metas cuando alcanza con facilidad un trofeo.

Yo quiero clavarme a tu futuro igual que un título se clava en un libro, en la portada y para siempre. Me dan a menudo demasiadas ganas de soltarte este tipo de barbaridades pero corro el riesgo de que pienses que no quieres luchar por algo que no tiene complicación, que pienses que sólo merecen la pena los amores que conllevan algún tipo de conquista, y qué quieres que te diga, tú aún no lo sabes, pero a los pocos días de conocerte tus ojos clavaron una bandera en la cima de mi corazón y te aseguro que no va a  haber manera de arrancarla… así que mejor sigo así, callado, haciéndote pensar que no soy del todo tuyo. Seguro que de ese modo no se te van a ir las ganas de luchar. Entiéndeme…yo también lucho, lucho cada día contra mí para no decirte todas estas cosas: que cuando no te veo soy un hombre en un pantano,  que desde que te conozco no recuerdo el nombre del invierno."

Marwan

Gracias infinitas a quien pensó que "La triste historia de tu cuerpo sobre el mío" sería un buen regalo de cumpleaños...

miércoles, 28 de agosto de 2013

ERASMUS (el mío y el tuyo)

Me parece que por fin estoy preparada para escribir sobre esto aunque entra una nostalgia del carajo.

Cuando vuelves de la Erasmus la gente (con muy buenas intenciones y muy buena educación) te pregunta qué tal te ha ido. Las tres o cuatro primeras veces haces realmente un esfuerzo por definir lo que ha supuesto para ti este año y hablas durante un rato sobre sensaciones y sentimientos en un discurso inconexo y sin sentido para el que escucha que te mira con una sonrisa y piensa por dentro que sí que te has tenido que tomar copas durante este año para no saber ni hablar.

Tú te quedas con cara de idiota porque no sabes responderle como quisieras y, al final, acabas con la coletilla típica de "si no has ido de Erasmus no te lo puedo explicar". O simplemente sonreír y contestar con un estandarizado: "De puta madre, muchísima fiesta"

Y es verdad, el que no se ha ido no puede decir que te entiende porque es imposible. El otro día alguien me dijo que clasificaba a las personas en dos categorías: los que fueron Erasmus y los que no.

La Erasmus para los que no se han ido supone un año de copas, fiestas, viajes, poco estudio y conocer gente. No les falta razón pero se queda corto. Al menos a mí no me vale como resumen de mi año. 

Imagina un cubata gigante compuesto de una mezcla de culturas, de educación, de ciudades y países distintos (en el que vives, los que visitas y el originario de cada uno de tus compañeros), de religiones, de ideas políticas y de caracteres distintos.

Sale una cosa extraña. Maravillosamente extraña. Abre la mente y te vuelve una persona más tolerante y más respetuosa, porque conoces gente y conoces mundo. Y el conocimiento es la medicina contra la estupidez. Y aprecias la inmensidad del mundo y te hace sentir insignificante, a ti y a tu pequeño pueblo de procedencia (que creías gran capital del mundo). 

Y te cruzas con gente increíble de la que aprendes cosas increíbles. Y te sientes Willy Fogg y te entra un sentimiento de hermanamiento con toda la humanidad que haría llorar a los de la ONU. Y presumes de que tu cocina a la hora de comer parece un chiste: "Van un italiano, un francés, un alemán y ..." Incluso aprendes a decir las palabrotas en todos los idiomas. Y cuando te llega el jamón serrano invitas a todos a probarlo, orgulloso del producto de tu tierra y la gente te mira raro y con cara de asco (es sangre de cerdo buagg, perdón en inglés it's sangre of a pig, buagg). Y tú pruebas licores extraños y comidas que saben a rata. Y pones cara de que te gusta porque no le quieres hacer el feo al esloveno o turco de turno. Y cantas en autobuses y metros canciones que se convierten en himnos. Y encuentras un local que es "vuestro local", apropiándote de un trozo de ciudad. Y cuando viene visita la enseñas con orgullo y a veces hablas en plural cuando comentas algo.

Incluso hay días que te atreves y sueltas alguna frase larga para ligar en algún idioma que te sienta como a Frodo el llegar a Mordor. 

Y te levantas después de la fiesta y vas de cuarto en cuarto levantando al resto de la gente para desayunar. Y uno hace un café mientras otro llega tarde de fiesta y os sentáis todos juntos a tomar café y a fumar millones de cigarros mientras habláis de alguna tontería o de alguna cosa importante. Y conforme va pasando el tiempo te vas sintiendo más y más a gusto. Empezáis a hablar menos de fiesta y mujeres y más de la vida, así en plan general. Todo ello bien regado de copas mientras jugáis a algún diabólico juego ideado para beber (no nos engañemos, lo estoy pintando bonito e intercultural pero las leyendas de copas son todas ciertas).

Y a lo mejor tienes la suerte, como yo la tuve, de encontrarte con gente cojonuda, de ese tipo de amigos que sabes que duran para toda la vida.

Y luego queda la vuelta. Las despedidas de mierda en aeropuertos y estaciones. Abrazos, alguna que otra lágrima y las promesas de reuniones, vueltas al lugar del crimen que algunas se cumplirán y otras quedarán en donde quedan las promesas electorales. Y la vuelta y la sensación de no pertenecer a tu ciudad.

Desde que vuelves buscas desesperadamente a gente que también sea un exErasmus y os consoláis el uno al otro con pequeñas dosis de historias y anécdotas que te devuelvan parte de ese tiempo que ya nunca volverá. Y os comprendéis con una hermandad extraña y hablando prácticamente sin decir palabras, al fin y al cabo todos los erasmus son iguales.





Y luego la vida sigue y continúa. Y vuelves a tu ciudad, a tus amigos de siempre y a tu casa. Pero hay una parte de ti que se ha quedado con la gente con la que te has cogido borracheras de licores raros y compartido café y cigarros de resaca y practicado idiomas de bárbaros.

Y al que haya leído esto y sea Erasmus lo entenderá y al que no lo haya sido ya lo avisé desde el principio: "sino lo has sido no lo puedes entender". Pero si queréis una respuesta pues eso: "de puta madre, mucha fiesta".

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Y todo, la palabra nosotros, las reflexiones, las noches a tu lado, forman parte de algo que no he llegado a entender, pero que me hace inmensamente feliz.






miércoles, 20 de junio de 2012

Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca. 

Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.

Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.

Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella. 

Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace. 

Por lo menos tiene que intentarlo.

Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo. 

Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos. 

¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo

Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.

Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.

Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.

Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.


sábado, 21 de abril de 2012

Budapest, Abril de 2012
Me fui poniendo ciega con la vida porque me fue gustando, lo confieso. Enamorarme de sus trucos más viejos: las tardes, los paseos, las citas en los bares, comer fuera de casa, charlar con los amigos, probar lo prohibido, amar lo prohibido, liarme y desliarme. Tener sueños de glorias y utopías de una existencia aún mejor, más razonable. Gritar contra lo injusto y ponerme del lado del que no es nadie. Había un no se qué por cargar con lo que me echaran, comerme el mundo en un instante y tropezar tantas veces en la misma piedra...